1 de noviembre de 2015

Escribir terror

Hoy, 1 de noviembre, además de Día de Todos los Santos, es el cumpleaños de mi madre. Con la resaca da Halloween aún fresca, no sé cómo ha ido a parar a mis manos mi primera novela, La traición de Wendy. El caso es que lo ha hecho y, por primera vez en años, la he releído. Da la casualidad, además, de que justo esta semana me propuse rescatar mi primera publicación, el relato largo "Si llueve...", ganador del premio para autores noveles otorgado por el Pacto Andaluz por el Libro en 2007. Con el tiempo, no obstante, descubrí que dicha novelita se trataba de un calco a mi manera del famoso relato de Shirley Jackson "La lotería", pero más adelante hablaré de las fuentes y referentes que maneja un autor.
La cuestión: el miedo. O escribir miedo, historias de miedo como aquellas que se cuentan de noche en la playa o en torno a una hoguera.
Antes de escribir terror, leia terror. No tengo una idea clara de cuándo nació este interés por el género: de niño leía de forma compulsiva cuanto caía en mis manos. Todo el Barco de Vapor, las novelas de Edelvives y Alfaguara, libros para niños mucho más pequeños llenos de ilustraciones, cómics a porrillo (de Bruguera a clásicos franceses/belgas), hasta que, acabada la vasta colección de lecturas que me interesaban en la sección infantil-juvenil, decidí dar el paso a las estanterías desconocidas, donde otro puñado de autores me esperaban: libros Adultos. Esto, sumado a las recomendaciones de algún familiar y algún profesor, me llevó a conocer el mundo del bestseller, pero también de los clásicos de las letras españolas. Sin embargo, entre libros prestados, aquellos cogidos de la biblioteca y las lecturas obligatorias del plan de estudios, un nombre sacó pecho y cabeza con fuerza inusitada: Stephen King.
Ni siquiera recuerdo muy bien qué fue lo primero que leí de él, varios de sus libros más inusuales como Los ojos del dragón o El fugitivo. Curiosamente, en una biblioteca tan grande y tan bien servida, sólo contaban con este último de King (ya me he encargado yo de donar varios de los tochos del Rey del Terror). La cuestión es que a estas primeras incursiones les siguieron joyas como El misterio de Salem's Lot, It, El umbral de la noche o Carrie, por sólo citar algunas de mis novelas preferidas. King me incitó a conocer a sus maestros, ni más ni menos que Poe y Lovecraft, quienes me abrirían las ventanas a otros herejes y dueños del terror.
De hecho, desde siempre he sentido cierta fascinación por el terror: recuerdo con particular detalle cada vez que en casa veíamos La profecía, La semilla del diablo o un episodio especialmente hilarante mientras veíamos El muñeco diabólico en presencia de la abuela de un amigo. También mis inciertas nociones de autoría cuando aún no lograba distinguir a Hitchcock de Stephen King. También estuvieron ahí algún episodio furtivo de Expediente X o cualquier serie antológica tipo Pesadillas o Más allá del límite, batiburrillo al que habría de sumar las leyendas urbanas amparadas por reuniones infantiles en veladas estivales. Sea como sea, el terror ya estaba en mí. ¿Cuál era el siguiente paso para empezar a escribir cosas que provocaran miedo?


Los primeros pasos
Resultó orgánico. De aquellas lluvias, estos lodos. Mis primeros relatos consistían en su mayoría en copias de fórmulas/ideas que había leído u oído en otras partes, aunque traté de darles su atmósfera oscura, su ambiente de misterio. Escribir el mito de la chica de la curva como si yo fuera la chica de la curva, narrar el desenlace del clásico cuento de mad doctor (el doctor Velasco, si mal no recuerdo) que trata de resucitar a su hija (creo que dicho relato lo he perdido; tal vez sobreviva en alguna carpeta olvidada en mi habitación del pueblo)... Entre medias, alguna distopía pesimista, historias sin enjundia con mucho gore (en la clasificación que hace Stephen King en su ensayo Danza macabra sobre los niveles del terror, el último recurso que queda al escritor es el asco)... Sin embargo, con el tiempo comprendí que me interesaba más el terror inspirado por fuerzas sobrenaturales, en especial aquel causado por entes venidos de ultratumba. Pronto mis cuadernos y ordenadores comenzaron a llenarse de ánimas y espíritus en la tradición del mismo Bécquer y los cuentos narrados en torno a la hoguera.

El Cuentacuentos
Una escuela de escritores, eso fue. Se trataba de un proyecto nacido de gente como tú, como yo, a la que le gustaba escribir. También leer, por supuesto, pero ante todo escribir, de modo amateur, en casa, para los amigos, para los lectores del blog. Cada martes, el Señor de las Historias nos daba una frase inicial de la cual partirían todos nuestros cuentos y relatos. El lunes siguiente, publicaríamos. Teníamos, pues, una semana para escribir un relato con total libertad más allá de la primera frase. Aquí asumí mi primer compromiso firme como escritor, y durante meses, tal vez años, me obligué a escribir, si no todas las semanas, sí al menos dos o tres veces al mes. Un aliciente era dar la vuelta a la frase de partida para retorcerla de la forma más inesperada posible: recuerdo que mi método de trabajo consistía en pensar algo terrorífico para escribir una historia, desechar esa primera idea y trabajar de modo que me alejara de lo fácil. Aparte de una enorme escuela de estilo y pulso, El Cuentacuentos me dio lecciones de todo tipo y mi primer libro, ya que con "Si llueve..." engarcé las frases de numerosas semanas consecutivas hasta completar la historia de Rocksville y su extraña costumbre. Una cosa buena era la facilidad con la que me resultaba componer un relato completo en tan poco tiempo, revisarlo y editarlo en cuanto fuera necesario. Sin embargo, también me dio una noción de inmediatez. Tiendo a borrar, corregir y reescribir poco: de un tiempo a esta parte lo hago más a menudo, aunque hablaré de ello cuando toque el estilo y el fondo.


La traición de Wendy
Además del terror, otro de mis intereses ha sido de siempre el paso del tiempo, y en concreto cómo éste se materializa cuando los niños se hacen hombres. Aquí podría incluso hablar de una constante en mi obra. Sea como sea, mi primera novela se sumergió de lleno en el terror, consciente de los terrenos que exploraba y con una intención de causar horror puro: para ello, los recursos de la deformación de lo conocido (ni más ni menos que el mito de Peter Pan), la violencia física, el desamparo... Lejos de la sutilidad que me gusta apreciar en los autores de terror que leo, me lancé de lleno en la piscina del  mal, es miedo y el asco. El ritmo imparable de la narración daba pie a una espiral horrenda de la cual era imposible escapar hasta el final. Además, la publicación de esta novela supuso mi ingreso en Nocte, la Asociación Española de Escritores de Terror, que me abrió las puertas al mundo editorial profesional, a conocer a otros autores y leer la excelente literatura de género que se escribe en España. De la mano de ellos, además, comencé a formar parte de proyectos donde el terror era la clave, y esto me permitió jugar con el fondo, con la forma, con los conceptos, todo con el claro objetivo de aterrar.

Los relatos
Desde los 16, 17 años he escrito muchos relatos, muy distintos, aunque el terror es el género que mejor se adaptaba a este formato. El terror es más fácil de causar en pequeñas píldoras, de ahí que una novela de terror resulte un proyecto tan complejo. De un modo u otro, el terror siempre permite deformar los límites de la realidad y llevarlos al espanto, mientras que el relato da pie a experimentos formales de todo tipo. Generalmente, los relatos siempre llegan con una idea, una pequeña luz que refulge en medio de la oscuridad  y reclama atención. El trabajo consiste en coger esa lucecita y alumbrar lo que la rodea. Como ya he indicado, cuando empecé a escribir resultaba fácil: me dejaba llevar por el instinto y comenzaba a escribir sin darle más vueltas a la forma. Narrar, narrar, narrar, a menudo buscando una nota de provocación.

Nocte
Al poco de publicar La traición de Wendy solicité mi acceso en Nocte, la Asociación Española de Escritores de Terror. Esto venía, por un lado, por un absceso de ego a raíz de publicar un libro premiado con sólo 22 años; por otro, con la idea en mente de pertenencia que ya experimentaba en El Cuentacuentos, pero a nivel profesional.
Me gustaría aquí hacer hincapié en la importancia de leer, algo que siempre he hecho, pero algo a lo que me llevó Nocte fue a conocer a muchísimos (y excelentes) autores en nuestra lengua, con algunos de los cuales comparto además amistad. Acostumbrados a las traducciones, los escritores corremos el riesgo de dejarnos arrastrar por un español anquilosado, artificial, lleno de calcos y endeble en el estilo (y esto son palabras mayores viniendo de un traductor -o eso dice mi título universitario), de modo que resulta fácil empobrecer el lenguaje, dejar de prestar atención a la palabra adecuada, a la imagen, al sonido, a la forma del mismo texto. El cuidado que ponen los autores de terror en nuestra lengua es inaudito. Escritores como Javier Quevedo Puchal o Ignacio Cid Hermoso ponen una especial atención al estilo, al lenguaje, de modo que haga justicia a lo que quieren narrar. Autores de estilo a los que admiro especialmente son Ricardo Menéndez Salmón o Cormac McCarthy, por citar dos ejemplos que nada tienen que ver. En la relectura de algunos clásicos he podido comprobar también los deliciosos juegos de estilo que utilizaba Stephen King al comienzo de su carrera, que se fueron consolidando y definiendo, no sin pocos experimentos formales en el camino.

Estilo
La principal diferencia entre el amateur, entre el adolescente que empieza a escribir un día en su cuaderno porque se le ocurre una idea de la hostia, y el escritor profesional es que este último cuenta con un proyecto. Tiene una idea más o menos brillante, pero una idea que suma (en mi caso, procuro qu cada nuevo relato o novela aporte algo a mi producción, ya sea un concepto, un experimento formal, una temática...cualquier novedad con respecto a lo que ya he hecho). Incluso resulta interesante, con el paso del tiempo, retomar temáticas o conceptos, y ver cómo se abordan de forma distinta. Hace más de 10 años escribí mi (creo) único relato de vampiros. Ahora me encuentro trabajando en una novela sobre dicha temática, y evidentemente serán obras muy distintas donde quedará patente este principio. De entrada, ahora me estoy leyendo toda la bibliografía principal sobre el tema, desde los clásicos a interpretaciones modernas del mito del vampiro como Salem's Lot o Diástole. Y es que no basta con superarse a uno mismo: es preciso conocer lo que se ha escrito o se está escribiendo. ¿Cuántas veces hemos tenido una idea genial y más tarde hemos descubierto que otra persona la tuvo antes que nosotros? Además, esto nos ayuda a aprender técnicas de escritura y a mejorar nuestro estilo. Tras ver Memento me propuse escribir un relato narrado del final al principio; cada vez que leo a Ricardo Menéndez Salmón comienzo a escribir oraciones de sintaxis compleja y vocabulario mucho más rico.
Pero el estilo: la forma y el fondo. De un tiempo a esta parte analizo mucho la relación entre ambos. El ejemplo más claro de comunión entre forma y fondo que me viene a la cabeza es La carretera de Cormac McCarthy, o diametralmente opuesto La lluvia amarilla de Julio Llamazares. Desde mi experiencia, cuento con un par de relatos donde la forma cobra el protagonismo del fondo, en el ámbito del terror una historia de kaijus, los seres gigantes de tradición nipona. A medida que el relato avanza y el monstruo crece, las oraciones y frases se hacen kilométricas. Aquí queda claro que el experimento formal tiene sentido, pero no cualquier invento le va a ir bien a cualquier historia: es importante que tenga sentido, ya sea por comunión, bien por contraposición.
Considero del mismo modo esencial en la literatura de terror la descripción para generar atmósferas y situaciones escalofriantes. Mi único consejo es tener en cuenta los cinco sentidos a la hora de ponernos en la piel del protagonista o de atraer al lector al escenario de la acción, y saber seleccionar la palabra idónea para la sensación precisa. No es lo mismo decir "el cielo desprendía un color rojo al final de la tarde" que "el día moría conforme el cielo se desangraba". Si es posible, una imagen o símil potente puede salvarnos una escena.


1 comentario:

  1. http://36.media.tumblr.com/eef56b34b7c50961385d2c43bf358281/tumblr_nvawj8WH0J1qzo8iho6_r1_500.jpg
    Devorador de libros desde pequeñito!

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