16 de abril de 2012

Juventud sin futuro: la literatura puede salvar el mundo

Publiqué mi primera novela con 22 años.
     Empecé a escribir con quince, dieciséis. No sabía, nadie me había enseñado. Como en muchas otras cosas, fui autodidacta. A veces fantaseaba con estudiar Periodismo, ya que al parecer era lo más aproximado a escribir que se podía estudiar en España. Como ocurre en las mejores historias, no pudo ser y al final hice Traducción. Mientras me sacaba la carrera a duras penas, me dio por escribir mucho. Aún no sabía escribir, pero escribía.
     Hasta este año no he aprendido a escribir; de hecho, ahora estoy en proceso de aprendizaje. Aprendo no sólo a crear personajes y a estructurar novelas, a hallar el ritmo interno de los poemas, al puñetazo certero del relato breve; aprendo también del mundillo, de la industria, de los guetos, de lo mejor y lo peor de esto, de aspectos extraliterarios que, las más de las veces, determinan el producto final.
     De entrada, el prejuicio. Prejuicios con respecto a la literatura de género, la literatura infantil y juvenil, y la edad del autor. En lugar de valorarse la obra como tal, se exploran estos conceptos como si fueran determinantes a la hora de ofrecer una obra digna. La literatura de género, salvo contadas excepciones (en su mayoría clásicos), no recibe el respeto que pueda despertar la "literatura seria" o convencional. Así, todo el mundo conoce a Lucía Etxebarría, pero no a David Jasso, por poner como ejemplo un autor español con una obra contundente. Las editoriales grandes no apuestan por autores de terror porque la gente no quiere pasar miedo, porque el público mayoritario no conoce la novela de terror más que de oídas. En gran parte, no la conocen porque los grandes grupos editoriales no quieren perder el supuesto respeto con el que cuentan al apostar fuerte por una novela de terror. Afortunadamente, se dan casos que dictan la excepción, en especial debidos a modas (el género Z ha dado lugar a una sobresaturación de zombies de todas las formas y colores) y novelas que se han adaptado al cine o televisión, aunque no tengan la calidad literaria de los grandes del género.


     En cuanto al segundo prejuicio del que hablo, literatura infantil o juvenil, no entiendo hasta qué punto es válido, ya que el hecho de que un autor se dedique a esta literatura en especial no determina que no sea capaz de plasmar una historia enfocada a un público adulto de manera satisfactoria. Autores como Laura Gallego, Patricia García-Rojo o Javier Ruescas han optado por escribir para lectores jóvenes, y para más inri literatura de género fantástico, de modo que el prejuicio es doble. No obstante, es innegable que existen nuevamente clásicos (Roald Dahl, J.M. Barrie, Lewis Carroll, C.S. Lewis...) que ponen de relieve la importancia y la calidad de la literatura dirigida a los jóvenes de la casa. Y es que no todo van a ser sesudas historias donde analizar conceptos universales a través del drama de los protagonistas a través de soliloquios, monólogos interiores y demás recursos, aunque podrían serlo. La literatura infantil y juvenil podría utilizar dichas herramientas, aunque a un nivel más accesible. Dignificar la literatura juvenil e infantil es algo que me he propuesto desde diciembre, cuando presenté la novela Los cines somnios de Patricia García-Rojo. En ese acto tuvimos la ocasión de charlar de forma relajada sobre dichos prejuicios, las limitaciones de la literatura para jóvenes y la dudosa calidad de la mayoría de lo que se publica. Así pues, decidí seguir su ejemplo y resucitar una novela que tenía abandonada y ponerme manos en la masa hasta darle forma y sumergirme en una aventura apasionante escrita para chavales jóvenes. No por ello estupidicé la trama o maquillé los hechos relatados. Quien me haya leído, sabrá que no tengo peros en las yemas de los dedos si tengo que matar niños o ponerlos contra la espada y la pared, esto es, no escribí una novela blanca y de estructura lineal, como se supone que han de ser las historias para jóvenes. Utilicé recursos formales como saltos en el tiempo, cambio de narrador, inclusión de metaficción y una serie de estrategias para sorprender al lector y ofrecerle una historia en aparencia algo sosa, pero atractiva y entretenida. La novela cuenta prácticamente con dos personajes gordos, el protagonista y el antagonista, la lucha entre el bien y el mal, y la estructura sirve de pretexto para convertir la narración en un clásico Bildungsroman donde forma y fondo coinciden. Estoy orgulloso con esta novela, porque funciona a tres niveles de manera simultánea, y es muy difícil que esto se dé. De hecho, creo que es una de las pocas veces en que esto ocurre. El hecho de dividir la novela en tres partes prácticamente independientes, como tres novelitas casi autosuficientes, me ha permitido a su vez decidirme por un tono distinto en función de lo que quería contar: de lo naif a lo mágico o lo crudo. Así pues, en mi primera inmersión en la literatura juvenil, no puedo estar más contento y estoy convencido de que encontraré a alguien dispuesto a arriesgar con esta historia atípica que es a su vez una oda al cine. Sirve del mismo modo para afirmar que es posible hacer las cosas bien, alejarse de la mierda ingente que se publica constantemente con historias de adolescentes que son las mejores amigas, que viven en mundos fantásticos, que tienen líos amorosos que no interesan más que a niñas románticas. Hay que follarse las mentes, ¿no? Pues eso, a pelo.
     Tercer punto. Juventud, divino tesoro. Hasta hace poco, se tenía mal considerados a los autores demasiado jóvenes, sobre todo si eran novelistas. Salvo casos de genios como Truman Capote, se decía que para escribir una novela se tenía que haber pasado con creces la frontera de los treinta, ya que la alta literatura nace de la experiencia, no de los intentos desesperados de un mocoso por reinventar la Historia de la Literatura. Ahora, de repronto, sucede todo lo contrario y se publica sin disimulo y sin prejuicios a muchos autores jóvenes. Por suerte o por desgracia, España es el país con más premios literarios, muchos de ellos convocados para dar a conocer a nuevas promesas de las letras. De no ser por muchos de estos premios, yo no sería quien soy. Casi empecé a escribir y me animaron a participar en premios juveniles, de esos para menores de 18 años, cuando aún no sabía escribir, cuando escribía con las tripas, cuando la intuición y lo bonito del proceso. La traición de Wendy es también la consecuencia temprana de uno de estos premios. Al fin y al cabo, dichos certámenes sólo sirven para descubrir talentos y hacerles ver que tal vez lo suyo sea la literatura, a modo de señal de advertencia: "Oye, échale un vistazo a este mundo. Al igual que escribiste este cuento, puede que en unos años sean tus novelas las que se vendan en la librería de tu barrio". ¿Significa esto que dichos libros no deberían publicarse? No creo. Son libros imperfectos, inocentes, frescos, eso es importante, son frescos, pero no tienen la corteza dura del autor que lleva años y años dedicándose a esto. Se tratan, pues, de un primer paso tan bueno como otro cualquiera. 

2 comentarios:

  1. Hola.--

    He leído tu entrada. Creo que te entiendo. Yo, que tengo treinta y pico, he aprendido poco a poco a desconfiar del mundo editorial que se dirige a las masas. No es que crea que todo lo que se dirige a las masas está mal, pero sí me ha fastidiado que muchas veces el criterio para decidir que algo merece la pena, sea que lo elige un gran número de seres anónimos y generales. Será por mi exacerbada defensa de una individualidad más que recomendable, que he ido eligiendo rinconcitos literarios, editoriales que publican cosas más "diferentes" y, en mi opinión, exquisitas, casi siempre. El problema, me parece, es que al hablar de literatura juvenil y género, ya estamos marcando más de la cuenta. ¿Por qué un adolescente no puede leer una novela de las que se suponen serias? ¿Por qué va a ser Peter Pan un cuento? No creo en las barreras generacionales en literatura, para mí que cuando un adolescente lee a Rilke por primera vez, se siente tan perdido como un señor adulto que no tiene cierto bagaje poético, literario.. ¿Por qué hablar sólo de magos, vampiros..? Nos volvemos tontos y limitados y de forma merecida, además, pues creamos escuela eligiendo no criticarlo. En fin, que estoy desesando leer esas novelitas-novela de la que hablas, para mí, tu novela La traición de Wendy.. ya es un paso firme para esperar algo más de tu mente de escritor. Tengas la edad que tengas. Por cierto, ¿hacemos una historia para niños a medias? Me encantaría. Un saludo

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  2. Teresa, estaría encantado de hacerlo, mil gracias!!

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